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Hablamos de lo profundo en estos tiempos cada vez más abiertos a lo espiritual como una dimensión de lo real. Anhelamos entrar a través del espejo, cada vez más desdibujados de lo que somos, pretendiendo ser tocados con una varita mágica en el corazón de Quien somos para llegar más allá del azogue, a lo profundo.

Si, Somos ESO, somos la tierra prometida cuando las aguas del mar Rojo del pensamiento se abren para que podamos huir de la esclavitud, de las plagas de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos, esos que nos tienen dando vueltas en el sufrir, como un hámster en la rueda de su jaula. Esos que nos llevan por la vida con el piloto automático, que nos proyecta como zombis en el ayer o en el mañana, sin tiempo para que desde el Aquí y el Ahora esperemos que se abra el Mar hacia lo Profundo de la Realidad. No basta con quererlo, es verdad, pero tampoco ocurre si no estamos preparados, dispuestos, desde la inocencia del presente, a que el Milagro llegue y nos conduzca a vislumbrar la Verdad de la otra orilla.

Esta es una dimensión de lo profundo a la que nos lleva la puerta de la Gracia.

Pero hay otra: dentro del Quien soy habita el quien soy. Soy en Dios. Soy el embrión de ESO que se va gestando en el útero de esa Realidad Divina a la que nacemos en sucesivos partos a más comprensión, a más conciencia, a más profundidad, en el sublime dolor de ir desprendiéndonos de la placenta de nuestro anterior estado.

Dentro del quien soy habitan las sombras. Las sombras usurpan la casi totalidad de quien soy convirtiéndonos en un sinfín de pequeños personajes, pequeños y extraños a nosotros mismos. Vivimos mirándonos en los fragmentados espejos donde nuestras multiplicadas imágenes esconden nuestros miedos y nos identifican con todo aquello que oculta nuestra vulnerabilidad estancándonos en la charca del pasado. De lo que no acogemos de nosotros, de lo que escondemos en el inconsciente para transitar por una vida más segura y más ficticia, aunque seamos buenos y espirituales, se va elaborando el barro que enloda las aguas de nuestra alma.

Hay que drenar el quien soy, abajarnos a lo más profundo de lo escondido, al fondo de nuestro ser, llamar a las cosas por su nombre, con el corazón acogiéndonos para acoger, con el perdón perdonándonos para perdonar, amándonos para amar, limpiándonos para limpiar, con el soy vulnerable, para SER.

Deconstruirnos de creencias y actitudes, replantear hábitos y costumbres, desnudar el ser hasta que no nos afecten las vergüenzas con las que juzga la vida. Solo ser en ese espacio puro donde los fragmentos rotos del espejo se recomponen y vemos nuestros miedos, nuestra fragilidad, nuestros secretos, nuestra indigencia, que es la mayor riqueza para SER. Solo los pobres de espíritu verán a Dios.

Ir hacia lo Profundo, desnudos de nosotros, abriendo los diques de nuestra psique para que el soplo del Silencio eleve las sombras hacia la Luz de un cielo de Verdad que solo nos pide soltar lastre y atrevernos a volar.