Despertemos de un cristianismo guardado entre naftalina en el baúl, con interpretaciones pasadas ya de moda y fuera de la realidad social y espiritual del siglo XXI. Algunos pretenden apergaminar el tejido de lo humano queriendo encerrar lo divino en letra desprovista de Espíritu.
El reciente Sínodo ha dejado muy claro que sigue viva la hoguera de la Inquisición. Ya no es la hoguera de fuego en la que ardieron Margarita Porete, Miguel Servet y Giordano Bruno. Ahora es la hoguera de la exclusión con la misma ceguera de dogmática hecha a imagen y semejanza de la conciencia limitada de algunos componentes del Sínodo, que siguen viendo la paja en el ojo ajeno.
Los homosexuales y divorciados han sido marginados y excluidos una vez más y, una vez más, están enfrentados el mandamiento de Jesucristo y los de la Iglesia. Una vez más enfrentados el cristianismo de casulla y lo crístico de Jesús de Nazaret.
Despertamos en Cristo y nos revelamos en paz y amor cuando la Iglesia es Estado y no Estar en Dios y con Dios en cada átomo del universo, en la Conciencia en la que nuestra conciencia se desentumece y aletea hacia la Realidad que los inspectores de la Iglesia-Estado no alcanzan a ver, poseídos de sí mismos y sus dogmas.
No hay palabra de Dios, sino Silencio de Dios para quien escucha y comprende. Qui potest capere capiat: el que pueda entender que entienda.
Despertemos lo crístico que hay en cada uno de nosotros sin miedo, Lázaros del sepulcro de la vida, porque hemos sido llamados a la Resurrección como Hombres y Mujeres Nuevos de una Nueva Iglesia sin fronteras ni excluidos. Y recemos por los mercaderes que venden el Reino de Dios a las puertas de un templo de dogma y de ladrillo.